Queremos compartir este excelente artículo: "Lo que mis hijos me han enseñado sobre aprendizaje" por Javier Martínez Aldanondo, Gerente de Gestión del Conocimiento de Catenaria.
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"Aprender es lo único de lo que la mente nunca se cansa, nunca teme y nunca se arrepiente”

(Leonardo da Vinci)


¿Recuerdas cómo aprendiste a caminar o cuándo empezaste a entender el castellano? La inmensa mayoría de la gente es incapaz de acordarse y sin embargo, no tuvo excesivas dificultades en adquirir esos sofisticados conocimientos que hoy siguen formando parte esencial de tu vida. ¿Cómo es posible que los niños sean tan hábiles para aprender si no tienen ni idea de educación?

La razón que lo explica es que los seres humanos nacemos equipados con un sistema de aprendizaje natural increíblemente eficiente. ¿Acaso tuviste que hacer un curso para aprender a usar el cuchillo y el tenedor y comer por tu cuenta? ¿Necesitaste estudiar y hacer algún examen para aprender a vestirte y lavarte los dientes? Aunque no lo recuerdes, cuando naciste no podías hacer nada de eso y tus padres lo tuvieron que hacer por ti durante mucho tiempo, exactamente… ¡hasta que aprendiste! Podrán parecerte actividades muy básicas pero la inteligencia artificial más avanzada (que intenta crear máquinas que aprendan) todavía no ha inventado un robot capaz de hacerlo.

Nuestro absurdo sistema educativo tiene problemas incurables precisamente porque fue diseñado contraviniendo todos los principios del aprendizaje natural. ¿Y por qué, si sabemos que nacemos programados para aprender, tantísimas personas siguen absolutamente convencidas de que para aprender hay que asistir a un aula, hacer cursos, memorizar asignaturas y sacar buenas notas? Muy sencillo: Porque han olvidado cómo aprendieron. Nadie recuerda cómo aprendió a hablar aunque todos sabemos que no fue con un profesor, una pizarra y un libro. Los primeros recuerdos que tenemos de nuestro proceso de aprendizaje se remontan al colegio lo que automáticamente nos lleva a creer que aprender es sinónimo de escuchar a un profesor y estudiar. Y para que no pongamos en duda esa creencia, existe una poderosa industria educativa que hace un trabajo implacable para convencernos de lo importante que es mantener el sistema actual.

Afortunadamente, hay un momento en la vida en que la mayoría de las personas tienen la posibilidad de recuperar la memoria perdida: Cuando tienes hijos. Todo padre está obligado a convertirse en experto en aprendizaje. La principal responsabilidad de un padre es ayudar a sus hijos a aprender todo lo necesario para valerse por sí mismos (intencionadamente he evitado la palabra “enseñar”). Y es que tus hijos no aprenden de lo que les dices sino de lo que haces, por eso el ejemplo es una herramienta tan potente. Es casi imposible que tus hijos sean puntuales, comprometidos, honestos o desprendidos si tú no lo eres, no importa cuántas veces les hayas sermoneado a respecto.

Cuando nace tu primer hijo, tienes la oportunidad única de entender perfectamente cómo sucede el fenómeno del aprendizaje. Disfrutas del privilegio de observar 24x7 y con todo lujo de detalles, el crecimiento de la criatura a la que estás dispuesto a apoyar incondicionalmente. ¿Qué aprendí, y sigo aprendiendo, de mis 2 hijos? Rescato 3 elementos que son obvios para todo el mundo excepto para los responsables de las políticas educativas: Motivación, tiempo y práctica. Este mes abordaré únicamente el primero.

Primer Principio: Motivación, las personas aprendemos por interés y no por obligación.

“La curiosidad es la forma superior de sabiduría”.

(Pablo Picasso).

Si hay algo que resulta evidente, mientras eres testigo del desarrollo de tus hijos, es que la motivación y la curiosidad son la energía del aprendizaje. Sin embargo, los adultos creemos que las personas quieren aprender lo que nosotros les queremos enseñar lo que es radicalmente falso. Los niños quieren aprender lo que les interesa a ellos, que muy distinto. ¿Qué diferencias existen entre la forma en que se trata la motivación en los 2 principales escenarios en que nuestros hijos aprenden: en casa y en la escuela?

¿Qué sucede en casa? Fijémonos por ejemplo en cómo ocurre el proceso de aprender a andar. ¿Acaso tuviste que ordenar a tu hijo que aprendiese a caminar? ¿Hiciste un postgrado en pedagogía para saber cómo enseñarle? ¿Le tuviste que explicar en qué ángulo debe colocar las piernas o cómo distribuir el peso de su cuerpo? Tu hijo decidió que quería caminar y se puso manos a la obra sin preguntarte ni pedirte permiso. Era consciente de que a su alrededor todo se movía, había cosas muy llamativas y quería investigarlas. Su curiosidad innata le llevó a tratar de tocarlas, agarrarlas y chuparlas y la única manera de lograrlo era desplazándose de forma autónoma. Algunos bebés primero gatean y otros directamente se lanzan a caminar. La motivación del niño por andar es intrínseca, no hace falta insistirle, lo único que necesita es un poco de ayuda. Se nos suele olvidar que para aprender, primero hay que querer aprender. Si hay algo difícil, es tratar de enseñar algo al que no desea aprender.

Para aprender hace falta tener un objetivo que te importe a ti (y no a tu padre, a tu profesor o a tu jefe). Un alumno sin un objetivo es como un barco a la deriva. Las personas nos movemos por objetivos que nos interesan y por los que estamos dispuestos a actuar para alcanzarlos porque nos producen sensaciones agradables. Los objetivos pueden ser infinitos: el disfrute que me produce la actividad, impresionar a alguien, destacar y ser reconocido, cumplir un sueño, mejorar mi autoestima, ganar o derrotar a otros, etc. Eso sí, aprender no es el objetivo sino el medio para alcanzarlo. Tu hijo no está interesado en aprender a andar, está interesado en explorar tu casa y aprender es solo la manera de conseguirlo. Las “recompensas” del aprendizaje (placer, sensación de progreso, descubrir capacidades ocultas, reforzar la autoestima, etc.).tienen que ser motivantes para quien lo realiza. No hay mejor profesor que uno mismo cuando está cautivado por una actividad que le fascina. .Apuesto a que aprendiste a conducir cuando ya no querías depender del transporte público o de terceras personas (casi siempre tus padres). La motivación no existía a los 8 años pero sí a los 18. Los objetivos que fija el colegio a los niños les resultan ajenos, extraños. El colegio jamás se ha preocupado de diseñar curriculums pensados en los objetivos de sus "clientes" sino en los suyos propios. No es posible que exista aprendizaje verdadero sin tener en cuenta esos objetivos que motivan a un niño.

Los niños tienen miles de intereses lo que es una noticia fenomenal. Para ellos, todo es nuevo, todo les llama la atención. Disponen de innumerables “motivaciones” que llevan consigo formidables oportunidades de aprendizaje. Cuando era pequeño, durante los veranos mi padre jugaba al ajedrez en la piscina con sus amigos. Por alguna razón, me entusiasmé con aquel juego y me propuse tratar de ganarle lo que me demandó dedicar un tiempo incalculable para aprender todo lo necesario. Mi objetivo nunca fue aprender sino ganar a mi padre. Mis hijos han tenido épocas en las que se han obsesionado con los coches de miniatura, los dinosaurios, las láminas (cromos), las espadas laser, los legos o el fútbol. La cantidad de esfuerzo y de energía que invirtieron en ello fue gigantesca pero lo hicieron movidos por su propio interés, no hizo falta que nadie se lo exigiera. Los anglosajones lo denominan “hard fun” (diversión dolorosa) porque son actividades que requieren esfuerzo pero son placenteras. Un niño motivado, no necesita ningún impulso sino que directamente se pone en marcha. El problema es cuando no lo está, que es lo que ocurre en el colegio donde los niños aprenden por obligación. Satisfacer al profesor o sacar buenas notas no son ejemplos de objetivos que importen demasiado a nuestros niños. La gran misión que tienes como padre es precisamente ayudar a tu hijo a descubrir lo que le interesa, aquello por lo que está dispuesto a luchar. Mientras en casa, tu hijo tiene 2 “profesores” preocupados de él, en el colegio comparte profesor con otros 30 niños.

¿Qué ocurre en la escuela? Simplemente que el sistema educativo es antinatural para los niños porque les roba el protagonismo y les asigna un papel secundario, matando su curiosidad. ¿Qué pasa cuando les preguntamos a los niños si quieren ir al colegio? Cuando todavía son pequeños, van felices pero a medida que crecen, su respuesta es un NO rotundo. ¿Cuál es la principal motivación para que un niño vaya al colegio? ¿Ir a estudiar? ¿La clase de gramática o la de química? ¿Hacer los deberes? ¿Las notas? ¿O tal vez el recreo donde jugar con los amigos, las excursiones, los campamentos, los deportes, los trabajos en grupo, el laboratorio? En general, a los niños no les interesa mucho lo que estudian. No conozco a nadie apasionado por el logaritmo neperiano o el sujeto y el predicado pero sí por el fútbol, el cine, los coches o los animales. Los niños razonan: ¿Para qué estudiar? cuanto más estudio más sé, cuanto más sé más olvido, cuanto más olvido menos sé. Entonces ¿Para qué estudiar? Es hora de sincerarse: Los niños no van al colegio para aprender, van a aprobar exámenes y sacar un título que les permita acceder a la universidad, siguiente etapa de este ridículo sistema: Las cualidades que quiero que mis hijos adquieran (pasión, entusiasmo, dedicación, inquietud, determinación, proactividad…) no se enseñan en la escuela.

En el colegio, el niño pasa de ser el protagonista del proceso de aprendizaje a ser espectador de un show escrito, dirigido e interpretado por el profesor. La razón por la que en el colegio los niños apenas participan en clase, no se involucran ni preguntan al profesor no es porque sea difícil, es porque es aburrido. En el colegio, los niños pierden la libertad que tenían en casa de guiarse por sus intereses individuales, en definitiva, de elegir.
¿Por qué los niños son capaces de pasar horas jugando a sus videojuegos (donde aprenden bastantes más cosas de lo que parece) y sin embargo son incapaces de prestar atención a las asignaturas del colegio? Porqué siempre estás mucho más motivado cuando participas activamente en la construcción de algo y lo identificas como propio. Si no participo, me cuesta motivarme y si no me motivo, no puedo aprender. Si él es el protagonista de su historia, reforzamos enormemente su motivación por aprender. Lo más importante de un niño no es su capacidad de ser un receptor pasivo de información sino de construir con sus aportaciones, opiniones, y preguntas. Si un niño no disfruta del aprendizaje, será difícil que cuando sea adulto haya incorporado el hábito y la pasión por aprender.

No hay nada que pueda superar la fuerza de una persona que está encandilada por un tema en particular. Todos tenemos un enorme caudal de energía y creatividad del que desconocemos sus límites y que se desaprovecha porque nuestro sistema educativo lo reprime. La única razón para que sigamos sentando grupos de niños durante, horas, días, semanas, meses y años a escuchar a profesores contarles cosas que no les interesan, es porque olvidamos cómo aprendemos y, lo que es más grave, jamás nos preocupamos de analizar cómo aprenden realmente nuestros hijos. Los adultos somos plenamente conscientes de lo importante que es aprender, y para abordar el desafío, diseñamos un sistema ingenieril, una máquina basada en procesos, con horarios, listas de alumnos y de asignaturas, rankings de notas, todo muy ordenado y medible pero que no tiene nada que ver con el proceso natural de aprendizaje.

La vejez empieza cuando termina la curiosidad (José Saramago)

La conclusión es que hacer que los niños (y los adultos) aprendan cosas que no les importan es muy poco sensato. No podemos darnos el lujo de desperdiciar esa energía de valor incalculable Aunque no es mucho lo que sabemos sobre motivación, lo que está claro es que resulta más fácil desmotivar que motivar. ¿Cómo podemos aprovechar esas fortalezas intrínsecas que todo niño tiene para aprender? Es imprescindible hacer un esfuerzo grande de generosidad para alinearnos con sus objetivos. Si nos tomamos la molestia de entender que es lo que les mueve, cuáles son sus sueños, entonces tenemos una ocasión incomparable para diseñar instancias de aprendizaje irresistibles y donde, como en su casa, vuelvan a jugar un papel protagonista en la construcción de su propio conocimiento. Mientras resulta una lucha permanente que mi hijo mayor lea sus libros del colegio, lo primero que hace todas las mañanas es correr a recoger el periódico y devorar las páginas de deportes.

Si en casa, tus hijos son máquinas de aprender y en el colegio tienen dificultades ¿adivina dónde está el problema? El colegio te enseña lo que debes pensar, no cómo pensar. Es mucho lo que puedes aprender de educación si únicamente estás atento al desarrollo de tus hijos. Lo primero es que para aprender hay que estar entusiasmado. En tu casa, el motor interno de tus hijos se enciende continuamente, en el colegio, se apaga enseguida.